(This one is in Spanish, part of a new project of mine)
¿Cómo explicar el sentimiento de completitud? Es imposible, por muchas y buenas razones. La completitud es trascendente; el sentimiento habla tan alto que es mudo. Pero he aquí la paradoja: habiendo confesado que no sé, que no puedo explicar ni la completitud ni el sentimiento (este o cualquiera), alcanzo la libertad de hablar sin trabarme la lengua; quiero decir, ¡sin vergüenza! “No sé, y como sé que nada sé, me permito hablar libremente.” Vivo en París, mundo de arte, de historia, de sensorialidad. Todo el arte vive aquí, prácticamente a mi lado. El museo Carnavalet, a cinco minutos de mi casa, es una hermosísima enciclopedia de la historia de París. El Pompidou, a quince minutos, te propone un siglo de descubrimientos, invenciones y revoluciones modernas y contemporáneas. Iglesias, edificios, plazas, fachadas, patios, ventanas, puertas, esquinas: en sí misma, la ciudad es arte.
En uno de esos muchísimos museos maravillosos, acabo de conocer a una cierta Olga de Amaral, colombiana, una vieja artista sin edad. ¿Sabías que las palabras “texto” y “textil” vienen de la misma raíz etimológica? El textil es un mensaje escrito, compuesto, sentido, captado. Decir que Olga de Amaral es una artista del textil es verdad y mentira, porque no podemos explicar la completitud ni podemos darle un nombre a la encarnación de la completitud.
Texturas del textil: Arrugas, elevaciones, prominencias y montículos, puntos encajados en líneas, líneas encajadas en planos, el todo tridimensional y en movimiento sin moverse, los puntos hablando y cantando, las líneas recitando odas, los planos respirando.
Formas y colores, por supuesto. Pero no son formas fáciles, triviales o cotidianas, sino formas eternas, arquetípicas. Reconocemos los colores de los textiles: el dorado, el bermejo, el marrón del barro. Los colores también son eternos; son los colores del tiempo y del espacio, los colores del misterio de nuestra existencia. En las formas y colores de Olga —sí, sí, llamémosla Olga: nombre escandinavo derivado de Helga, que quiere decir “santa, bendita, sagrada”— vemos las formas del universo, de los campos, de la geometría (que significa “medida de la Tierra”). Vemos también fachadas, muros, paredes, paredones; vemos o presentimos construcciones, pero no construcciones urbanas o técnicas, sino la Idea de la Construcción. Captamos el espíritu de lo construido, captamos el espíritu del Constructor y de la Constructora.
En la obra de Olga no hay espacio ni separación entre el Constructor y la Constructora; el masculino y el femenino están sumergidos en la obra, presentes y ausentes. No, creo que es la obra la que está sumergida en lo ni-masculino ni-femenino, en lo “ambos-ningún”.
Ya te dije que no sé explicar la completitud; ya te dije que soy un sinvergüenza.
Olga es poeta, arquitecta, geómetra, cosmógrafa. Olga es la totalidad y los millares de detalles en la piel de la totalidad. Algunas de sus obras son gigantescas paredes de arte, murallas. Imagínate: una inmensa muralla hecha de pequeños ladrillos. Mientras construía su muralla, creo que Olga (“santa, bendita, sagrada”) besó delicadamente cada ladrillito antes de integrarlo en la obra. Olga es atención y concentración; Olga es disciplina y técnica; Olga es generosidad y amor.
Olga nos obliga a atestiguar la completitud. Olga ha probado que la completitud es posible. Hay algo amenazante en su obra, pues no podemos ignorar la completitud, la posibilidad de completitud, el deber de completitud. Me morí y renací, envuelto en los tejidos de Olga. Confieso que tuve y tengo miedo desde mi enfrentamiento con Olga; no sé qué hacer con mi súbita pequeñez balbuceante.
Olga de Amaral: Fondation Cartier (Paris), hasta el 16 marzo de 2025.
©2024, Pedro de Alcantara (texto y fotografías)